Uri Geller y Zabludovsky

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Abril 15, 2014 10:32 hrs.

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La comitiva del presidente López Portillo llegó a la capital panameña un día antes de que el presidente Carter entregara el Canal al presidente Omar Torrijos, de Panamá.

López Portillo había sido invitado para hablar en el acto en nombre de los mandatarios de Latinoamérica.

La noche del día anterior, periódicos y noticieros de México destacaron el escándalo de que doña Carmen Romano de López Portillo sostenía un romance con el ilusionista inglés Uri Geller.

Esa mañana, durante el vuelo, JLP se reunió con su equipo de prensa, el canciller y su secretario particular para analizar qué hacer frente al escándalo, y concluyeron que se pidiera a los dueños de los medios de difusión de México que pararan la noticia: no la repitieran ni hicieran ya comentario alguno. ¡Que la mataran!

El Presidente encargó a Alberto Peniche que hablara por teléfono con cada uno de los dueños. Peniche era jefe de prensa de Gobernación (así se llamaban) y auxiliaba en las giras nacionales e internacionales a D. Fernando Garza, jefe de prensa de Los Pinos.

A eso de las 3 de la tarde, estaban unos reporteros en la sala de prensa, en el hotel donde se hospedaban en Panamá, afinando las máquinas de escribir para enviar el previo de la ceremonia del día siguiente; cuando entró Peniche, hecho un basilisco, y conminó a dos de ellos a que lo acompañaran a tomar un trago en el bar, que estaba contiguo.

Los apresuró y ni les dejó terminar la faena con la máquina.

Le inquirieron por qué andaba tan acelerado; les dijo que en cuanto diera el primer trago, les contaría.

Narró el encargo del Presidente y que le había ido muy bien con los dueños, con sólo dos peros: Regino Díaz Redondo, director de Excélsior, y el Tigre Azcárraga.

Regino le salió con que eso era un atentado a la libertad de expresión; Peniche le rebatió amablemente y explicó que se trataba de una favor personal que le pedía el Presidente por tratarse de su vida privada.

Como el español persistiera en su negativa; Peniche cortó por lo sano y le advirtió que entonces el Presidente se sentía desligado de cumplirle el favor que él le había pedido, de ayudarlo a conservar la dirección del periódico, que le había arrebatado a Julio Scherer, y colgó el teléfono.

Más tardó en hacerlo que Regino en llamar para indicarle que ya había entendido bien el asunto y con mucho gusto haría el favor.

En cuanto a Azcárraga, no estaba en el DF ni en el país, andaba de vacaciones en su yate, no quería que lo molestaran y no había forma de hablarle (no había celulares).

Cavilaba Peniche sobre a quién dirigirse en Televisa, cuando recordó que en el grupo iba de invitado Jacobo Zabludovsky. Lo mandó buscar en el hotel y dio con él.

El judío respondió (soberbio) que si el Presidente pedía el favor, que se lo pidiera a él, no mediante intermediarios. Peniche le respondió que el Presidente estaba en un banquete que ofrecía Torrijos y le era imposible acceder a su deseo; pero que confiara en él, puesto que no era la primera vez que le trataba un asunto oficial.

Jacobo replicó que en tales condiciones no haría nada. Peniche volvió a insistirle amablemente; pero como aquél se negó, entonces le advirtió que entonces él sería el responsable de que a la mañana siguiente la Torre de Comunicaciones de la SCOP frenara la transmisión de las señales de Televisa, y a ver qué le informaba a su patrón al respecto.

Dicho esto, Alberto se fue a la sala de prensa más enchilado que un habanero. Encontró a dos reporteros amigos suyos, y los invitó, casi conminó, a tomarse una… para disipar la muina que lo embargaba.

Los periodistas lo acompañaron al bar del hotel, que quedaba a unos pasos de la sala de prensa, y tras escuchar su relato, empezaron a platicar chistes para distraerlo.

En eso entró Jacobo y le preguntó, muy humildito, si podía interrumpirlos. Peniche lo manda al carajo, le dijo que no, porque estaba con sus amigos.

Jacobo insistió, le pidió mil perdones, y los amigos de Alberto tuvieron que intervenir para que lo atendiera.

Al acceder Peniche finalmente, Jacobo le presentó dos borradores de boletines, que pensaba que transmitiera Televisa; a lo que Alberto, de nuevo molesto, le dijo que si no había escuchado bien que el Presidente no quería que se dijera ya nada sobre el asunto, ni una coma. Que los boletines se los metiera por salva sea la parte, al cabo ya le había informado al Presidente sobre su negativa.

(Esto no era cierto) Jacobo se puso lívido, y casi se le hincaba y pedía que le informara a JLP que estaba “a sus órdenes para todo lo que ordenara”.

Alberto soltó la carcajada, agarró y rompió los boletines, le dio una palmada en el hombro a Jacobo y le dijo: “ya no te hagas pen…, échate una con nosotros”.

Y ahí terminó el episodio, en santa paz, con dos que tres alcoholes entre pecho y espalda.

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