El pecador tiene perdón

J. F. González Íñigo

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Abril 20, 2014 11:37 hrs.

J. F. González Íñigo › diarioalmomento.com

Religión Nacional › México Ciudad de México


Foto de este escribidor y editor, junto a la figura de Albert Einstein sentado feliz en una banca, tomada en Vail por Ernesto Moya Pedrola.

Coronado, CA,- En un libro escrito hace nueve años Jorge Mario Bergoglio, el jesuita todo-terreno argentino, hoy Papa Francisco, arremetió contra los corruptos y felicitó a los pecadores que confiesan sus faltas con el propósito de enmendarlas. Estas son algunas de sus afirmaciones: "Toda corrupción crece y -a la vez- se expresa en atmósfera de triunfalismo" . "El corrupto tiene cara de yo no fui". "Ante cualquier crítica el corrupto descalifica a la persona". "El corrupto se erige en juez de los demás". "El corrupto se siente un ganador". "El corrupto no tiene esperanza. El pecador espera perdón" . "La corrupción lleva a perder el pudor que custodia la verdad". "El corrupto no conoce la fraternidad o la amistad, sino la complicidad".

Sucedió lo que tenía que suceder. Ante la LUPA 996 - Boom en Mex-america sobre la corrupción reinante en México --enviada a 17 mil buzones entre viernes y sábado, y por lo visto ya reenviada al por mayor a pesar de las vacaciones--, he recibido varios insultos y también algunas felicitaciones. Los insultos me dan risa, los festejo, los entiendo, nadie quiere renunciar al poder, a la mentira y a la corrupción, toda corrupción luce ligada al triunfalismo y la complicidad; las felicitaciones y apoyos, en cambio, los disfruto, y me invitan a seguir por este camino en el que llevo desde que tomé algo de conciencia, quizá desde los 50 años de edad. La vida comienza en los cincuenta...
No tengo hoy domingo tiempo para editar esas cartas, ni para ampliarme demasiado, pero lo haré esta semana. Sigo dedicado a leer, editar, organizar las casi mil LUPAS escritas, e ir al estadio de beisbol todos los días. Pero no quise perder la oportunidad de agregar en esta nueva LUPA 997 – El pecador tiene perdón, que una cosa es la corrupción y otra el pecado. Todos somos pecadores, pero no por ello todos los mexicanos somos corruptos. Eso fue lo que le sugerí en una LUPA al Padre Maciel en el 2006 y nunca hizo caso, nunca pidió perdón a los afectados por sus debilidades.
Siguió Maciel feliz en la corrupción, que para muchos es una forma de vida muy aceptable y buscada porque brinda dinero, poder... y hasta gloria. Un sacerdote diocesano que nos dio misa hace unos días en un rancho de Aguascalientes nos comentó que en las rancherías que atiende las muchachas se quieren casar con un narco o con un político, que son los más adinerados y afamados. Sin dinero y sin poder en México se es un pobre diablo.
A los que me contestaron ayer y hoy con agresiones y pendejadas, les digo que estoy muerto de la risa, también tengo derecho a reírme como se ríen los políticos de nosotros, les recuerdo que nunca he vendido un servicio al gobierno, ni he trabajado en puesto alguno. Nunca he dado mordidas, ni tomado nada que no es mío, lo poco que tengo para vivir es ganado con mi trabajo. Además, les sugiero que lean y se documenten sobre el tema. Quien recién más lo ha analizado es el Papa Francisco, que repite una y otra vez que él perdona todos los pecados, pero la corrupción, no.
Como en una premonición, dicen los editores del diario español El Mundo, Francisco se adelantó a su destino al escribir en 2005 'Corrupción y pecado', una obra en la que profundiza precisamente en el gran reto de su Pontificado: la limpieza de la Curia, donde él mismo ha reconocido la existencia de un 'lobby gay', el cual también existe en el gobierno mexicano. Respecto a los religiosos, Bergoglio asevera: 'Corruptio optimi, pessima' (no hay nada peor que la corrupción de lo mejor). "Esto puede aplicarse a la corrupción de las personas consagradas. Que los hay, los hay. Que los hubo, basta con leer la Historia", recalca Bergoglio en su libro.
En esta obra, Bergoglio desentraña los falsos 'tesoros' --dinero, poder, lujuria-- que corrompen el corazón humano y que lentamente se apoderan de las personas e instituciones provocando la destrucción de los valores que conducen a Dios. En este análisis de la corrupción el Papa emplea un lenguaje llano y didáctico para explicar la diferencia entre pecado y corrupción. "El pecado se perdona; la corrupción, sin embargo, no puede ser perdonada", advierte…

Otras opiniones y respuestas de lectores:


"En aquel tiempo uno de los doce, llamado Judas Iscariote, fue a los sumos sacerdotes y les propuso: «¿Qué estáis dispuestos a darme si os lo entrego?». Ellos se ajustaron con él en treinta monedas. Y desde entonces andaba buscando ocasión propicia para entregarlo. El primer día de los ácimos se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron: «¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?». Él contestó: «Id a casa de Fulano y decidle: ‘El Maestro dice: mi momento está cerca; deseo celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos’». Los discípulos cumplieron las instrucciones de Jesús y prepararon la Pascua. Al atardecer se puso a la mesa con los doce. Mientras comían dijo: «Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar». Ellos, consternados, se pusieron a preguntarle uno tras otro: «¿Soy yo acaso, Señor?». Él respondió: «El que ha mojado en la misma fuente que yo, ése me va a entregar. El Hijo del Hombre se va como está escrito de Él; pero, ¡ay del que va a entregar al Hijo del Hombre!, más le valdría no haber nacido». Entonces preguntó Judas, el que lo iba a entregar: «¿Soy yo acaso, Maestro?». Él respondió: «Así es». Durante la cena, Jesús cogió pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a los discípulos diciendo: «Tomad, comed: esto es mi cuerpo». Y cogiendo un cáliz pronunció la acción de gracias y se lo pasó diciendo: «Bebed todos; porque ésta es mi sangre, sangre de la alianza derramada por todos para el perdón de los pecados. Y os digo que no beberé más del fruto de la vid hasta el día que beba con vosotros el vino nuevo en el reino de mi Padre». Cantaron el salmo y salieron para el monte de los Olivos. Entonces Jesús les dijo: «Esta noche vais a caer todos por mi causa, porque está escrito: ‘Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas del rebaño’. Pero cuando resucite, iré antes que vosotros a Galilea». Pedro replicó: «Aunque todos caigan por tu causa, yo jamás caeré». Jesús le dijo: «Te aseguro que esta noche, antes que el gallo cante tres veces, me negarás». Pedro le replicó: «Aunque tenga que morir contigo, no te negaré». Y lo mismo decían los demás discípulos. Entonces Jesús fue con ellos a un huerto, llamado Getsemaní, y les dijo: «Sentaos aquí, mientras voy allá a orar». Y llevándose a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, empezó a entristecerse y a angustiarse. Entonces dijo: «Me muero de tristeza: quedaos aquí y velad conmigo». Y adelantándose un poco cayó rostro en tierra y oraba diciendo: «Padre mío, si es posible que pase y se aleje de mí ese cáliz. Pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que tú quieres». Y se acercó a los discípulos y los encontró dormidos. Dijo a Pedro: «¿No habéis podido velar una hora conmigo? Velad y orad para no caer en la tentación, pues el espíritu es decidido, pero la carne es débil». De nuevo se apartó por segunda vez y oraba diciendo: «Padre mío, si este cáliz no puede pasar sin que yo lo beba, hágase tu voluntad». Y viniendo otra vez, los encontró dormidos, porque estaban muertos de sueño. Dejándolos de nuevo, por tercera vez oraba repitiendo las mismas palabras. Luego se acercó a sus discípulos y les dijo: «Ya podéis dormir y descansar. Mirad, está cerca la hora y el Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levantaos, vamos! Ya está cerca el que me entrega». Todavía estaba hablando, cuando apareció Judas, uno de los doce, acompañado de un tropel de gente, con espadas y palos, mandado por los sumos sacerdotes y los senadores del pueblo. El traidor les había dado esta contraseña: «Al que yo bese, ése es: detenedlo». Después se acercó a Jesús y le dijo: «¡Salve, Maestro!». Y lo besó. Pero Jesús le contestó: «Amigo, ¿a qué vienes?». Entonces se acercaron a Jesús y le echaron mano para detenerlo. Uno de los que estaban con Él agarró la espada, la desenvainó y de un tajo le cortó la oreja al criado del sumo sacerdote. Jesús le dijo: «Envaina la espada: quien usa espada, a espada morirá. ¿Piensas tú que no puedo acudir a mi Padre? El me mandaría en seguida más de doce legiones de ángeles. Pero entonces no se cumpliría la Escritura, que dice que esto tiene que pasar». Entonces dijo Jesús a la gente: «¿Habéis salido a prenderme con espadas y palos como a un bandido? A diario me sentaba en el templo a enseñar y, sin embargo, no me detuvisteis». Todo esto ocurrió para que se cumpliera lo que escribieron los profetas. En aquel momento todos los discípulos lo abandonaron y huyeron. Los que detuvieron a Jesús lo llevaron a casa de Caifás, el sumo sacerdote, donde se habían reunido los letrados y los senadores. Pedro lo seguía de lejos hasta el palacio del sumo sacerdote y, entrando dentro, se sentó con los criados para ver en qué paraba aquello. Los sumos sacerdotes y el consejo en pleno buscaban un falso testimonio contra Jesús para condenarlo a muerte y no lo encontraban, a pesar de los muchos falsos testigos que comparecían. Finalmente, comparecieron dos que declararon: «Éste ha dicho: ‘Puedo destruir el templo de Dios y reconstruirlo en tres días’». El sumo sacerdote se puso en pie y le dijo: «¿No tienes nada que responder? ¿Qué son estos cargos que levantan contra ti?». Pero Jesús callaba. Y el sumo sacerdote le dijo: «Te conjuro por Dios vivo a que nos digas si tú eres el Mesías, el Hijo de Dios». Jesús le respondió: «Tú lo has dicho. Más aún, yo os digo: desde ahora veréis que el Hijo del Hombre está sentado a la derecha del Todopoderoso y que viene sobre las nubes del cielo». Entonces el sumo sacerdote rasgó sus vestiduras diciendo: «Ha blasfemado. ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Acabáis de oír la blasfemia. ¿Qué decidís?». Y ellos contestaron: «Es reo de muerte». Entonces le escupieron a la cara y lo abofetearon; otros; lo golpearon diciendo: «Haz de profeta, Mesías; dinos quién te ha pegado». Pedro estaba sentado fuera en el patio y se le acercó una criada y le dijo: «También tú andabas con Jesús el Galileo». Él lo negó delante de todos diciendo: «No sé qué quieres decir». Y al salir al portal lo vio otra y dijo a los que estaban allí: «Éste andaba con Jesús el Nazareno». Otra vez negó él con juramento: «No conozco a ese hombre». Poco después se acercaron los que estaban allí y dijeron: «Seguro; tú también eres de ellos, se te nota en el acento». Entonces él se puso a echar maldiciones y a jurar diciendo: «No conozco a ese hombre». Y en seguida cantó un gallo. Pedro se acordó de aquellas palabras de Jesús: «Antes de que cante el gallo me negarás tres veces». Y saliendo afuera, lloró amargamente. Al hacerse de día, todos los sumos sacerdotes y los senadores del pueblo se reunieron para preparar la condena a muerte de Jesús. Y atándolo lo llevaron y lo entregaron a Pilato, el gobernador. Entonces el traidor sintió remordimiento y devolvió las treinta monedas de plata a los sumos sacerdotes y senadores diciendo: «He pecado, he entregado a la muerte a un inocente». Pero ellos dijeron: «¿A nosotros qué? ¡Allá tú!». Él, arrojando las monedas en el templo, se marchó; y fue y se ahorcó. Los sacerdotes, recogiendo las monedas dijeron: «No es lícito echarlas en el arca de las ofrendas porque son precio de sangre». Y, después de discutirlo, compraron con ellas el Campo del Alfarero para cementerio de forasteros. Por eso aquel campo se llama todavía "Campo de Sangre". Así se cumplió lo escrito por Jeremías el profeta: « Y tomaron las treinta monedas de plata, el precio de uno que fue tasado, según la tasa de los hijos de Israel, y pagaron con ellas el Campo del Alfarero, como me lo había ordenado el Señor». Jesús fue llevado ante el gobernador, y el gobernador le preguntó: «¿Eres tú el rey de los judíos?». Jesús respondió: «Tú lo dices». Y mientras lo acusaban los sumos sacerdotes y los senadores no contestaba nada. Entonces Pilato le preguntó: «¿No oyes cuántos cargos presentan contra ti?». Como no contestaba a ninguna pregunta, el gobernador estaba muy extrañado. Por la fiesta, el gobernador solía soltar un preso, el que la gente quisiera. Tenía entonces un preso famoso, llamado Barrabás. Cuando la gente acudió, dijo Pilato: «¿A quién queréis que os suelte, a Barrabás o a Jesús, a quien llaman el Mesías? Pues sabía que se lo habían entregado por envidia. Y mientras estaba sentado en el tribunal, su mujer le mandó a decir: «No te metas con ese justo porque esta noche he sufrido mucho soñando con Él». Pero los sumos sacerdotes y los senadores convencieron a la gente que pidieran el indulto de Barrabás y la muerte de Jesús. El gobernador preguntó: «¿A cuál de los dos queréis que os suelte?». Ellos dijeron: «A Barrabás». Pilato les preguntó: «¿Y qué hago con Jesús, llamado el Mesías?». Contestaron todos: «Que lo crucifiquen». Pilato insistió: «Pues, ¿qué mal ha hecho?». Pero ellos gritaban más fuerte: «¡Que lo crucifiquen!». Al ver Pilato que todo era inútil y que, al contrario, se estaba formando un tumulto, tomó agua y se lavó las manos en presencia del pueblo, diciendo: «Soy inocente de esta sangre. ¡Allá vosotros!». Y el pueblo entero contestó: «¡Su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos!». Entonces les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran. Los soldados del gobernador se llevaron a Jesús al pretorio y reunieron alrededor de Él a toda la compañía: lo desnudaron y le pusieron un manto de color púrpura y, trenzando una corona de espinas se la ciñeron a la cabeza y le pusieron una caña en la mano derecha. Y, doblando ante Él la rodilla, se burlaban de él diciendo: «¡Salve, rey de los judíos!». Luego lo escupían, le quitaban la caña y le golpeaban con ella la cabeza. Y terminada la burla, le quitaron el manto, le pusieron su ropa y lo llevaron a crucificar. Al salir, encontraron a un hombre de Cirene, llamado Simón, y lo forzaron a que llevara la cruz. Cuando llegaron al lugar llamado Gólgota (que quiere decir "La Calavera"), le dieron a beber vino mezclado con hiel; él lo probó, pero no quiso beberlo. Después de crucificarlo, se repartieron su ropa echándola a suertes, y luego se sentaron a custodiarlo. Encima de la cabeza colocaron un letrero con la acusación: «Éste es Jesús, el rey de los judíos». Crucificaron con Él a dos bandidos, uno a la derecha y otro a la izquierda. Los que pasaban, lo injuriaban y decían meneando la cabeza: «Tú que, destruías el templo y lo reconstruías en tres días, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios, baja de la cruz». Los sumos sacerdotes con los letrados y los senadores se burlaban también diciendo: «A otros ha salvado y Él no se puede salvar. ¿No es el Rey de Israel? Que baje ahora de la cruz y le creeremos. ¿No ha confiado en Dios? Si tanto lo quiere Dios, que lo libre ahora. ¿No decía que era Hijo de Dios?». Hasta los que estaban crucificados con él lo insultaban. Desde el mediodía hasta la media tarde vinieron tinieblas sobre toda aquella región. A media tarde, Jesús gritó: «Elí, Elí, lamá sabaktaní». Es decir: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?». Al oírlo algunos de los que estaban por allí dijeron: «A Elías llama éste». Uno de ellos fue corriendo; en seguida cogió una esponja empapada en vinagre y, sujetándola en una caña, le dio de beber. Los demás decían: «Déjalo, a ver si viene Elías a salvarlo». Jesús dio otro grito fuerte y exhaló el espíritu. Entonces el velo del templo se rasgó en dos de arriba abajo; la tierra tembló, las rocas se rajaron, las tumbas se abrieron y muchos cuerpos de santos que habían muerto resucitaron. Después que él resucitó salieron de las tumbas, entraron en la Ciudad Santa y se aparecieron a muchos. El centurión y sus hombres, que custodiaban a Jesús, al ver el terremoto y lo que pasaba dijeron aterrorizados: «Realmente éste era Hijo de Dios». Había allí muchas mujeres que miraban desde lejos, aquellas que habían seguido a Jesús desde Galilea para atenderlo; entre ellas, María Magdalena y María, la madre de Santiago y José, y la madre de los Zebedeos. Al anochecer llegó un hombre rico de Arimatea, llamado José, que era también discípulo de Jesús. Este acudió a Pilato a pedirle el cuerpo de Jesús. Y Pilato mandó que se lo entregaran. José, tomando el cuerpo de Jesús, lo envolvió en una sábana limpia; lo puso en el sepulcro nuevo que se había excavado en una roca, rodó una piedra grande a la entrada del sepulcro y se marchó. María Magdalena y la otra María se quedaron allí sentadas enfrente del sepulcro. A la mañana siguiente, pasado el día de la Preparación, acudieron en grupo los sumos sacerdotes y los fariseos a Pilato y le dijeron: «Señor, nos hemos acordado que aquel impostor estando en vida anunció: ‘A los tres días resucitaré’. Por eso da orden de que vigilen el sepulcro hasta el tercer día, no sea que vayan sus discípulos, se lleven el cuerpo y digan al pueblo: ‘Ha resucitado de entre los muertos’. La última impostura sería peor que la primera. Pilato contestó: «Ahí tenéis la guardia: id vosotros y asegurad la vigilancia como sabéis». Ellos fueron, sellaron la piedra y con la guardia aseguraron la vigilancia del sepulcro". Hoy se nos invita a contemplar el estilo de la realeza de Cristo salvador. Jesús es Rey, y en el último domingo del año litúrgico celebramos a Nuestro Señor Jesucristo Rey del Universo. Sí, Él es Rey, pero su reino es el «Reino de la verdad y la vida, el Reino de la santidad y la gracia, el Reino de la justicia, el amor y la paz» (Prefacio de la Solemnidad de Cristo Rey). ¡Realeza sorprendente! Los hombres, con nuestra mentalidad mundana, no estamos acostumbrados a eso.

1- LA MEJOR CARTA: La ejecución del Bautista no fue algo casual. Según una idea muy extendida en el pueblo judío, el destino que espera al profeta es la incomprensión, el rechazo y, en muchos casos, la muerte. Probablemente, Jesús contó desde muy pronto con la posibilidad de un final violento.
Jesús no fue un suicida ni buscaba el martirio. Nunca quiso el sufrimiento ni para él ni para nadie. Dedicó su vida a combatirlo en la enfermedad, las injusticias, la marginación o la desesperanza. Vivió entregado a “buscar el reino de Dios y su justicia”: ese mundo más digno y dichoso para todos, que busca su Padre.
Si acepta la persecución y el martirio es por fidelidad a ese proyecto de Dios que no quiere ver sufrir a sus hijos e hijas. Por eso, no corre hacia la muerte, pero tampoco se echa atrás. No huye ante las amenazas, tampoco modifica ni suaviza su mensaje.
Le habría sido fácil evitar la ejecución. Habría bastado con callarse y no insistir en lo que podía irritar en el templo o en el palacio del prefecto romano. No lo hizo. Siguió su camino. Prefirió ser ejecutado antes que traicionar su conciencia y ser infiel al proyecto de Dios, su Padre.
Aprendió a vivir en un clima de inseguridad, conflictos y acusaciones. Día a día se fue reafirmando en su misión y siguió anunciando con claridad su mensaje. Se atrevió a difundirlo no solo en las aldeas retiradas de Galilea, sino en el entorno peligroso del templo. Nada lo detuvo.
Morirá fiel al Dios en el que ha confiado siempre. Seguirá acogiendo a todos, incluso a pecadores e indeseables. Si terminan rechazándolo, morirá como un “excluido” pero con su muerte confirmará lo que ha sido su vida entera: confianza total en un Dios que no rechaza ni excluye a nadie de su perdón.
Seguirá buscando el reino de Dios y su justicia, identificándose con los más pobres y despreciados. Si un día lo ejecutan en el suplicio de la cruz, reservado para esclavos, morirá como el más pobre y despreciado, pero con su muerte sellará para siempre su fe en un Dios que quiere la salvación del ser humano de todo lo que lo esclaviza.
Los seguidores de Jesús descubrimos el Misterio último de la realidad, encarnado en su amor y entrega extrema al ser humano. En el amor de ese crucificado está Dios mismo identificado con todos los que sufren, gritando contra todas las injusticias y perdonando a los verdugos de todos los tiempos. En este Dios se puede creer o no creer, pero no es posible burlarse de él. En él confiamos los cristianos. Nada lo detendrá en su empeño de salvar a sus hijos… JOSÉ ANTONIO PAGOLA, teólogo, SAN SEBASTIÁN (GUIPUZCOA), ESPAÑA.

PASCUA DE RESURRECCIÓN: Los evangelios han recogido el recuerdo de tres mujeres admirables que, al amanecer del sábado, se han acercado al sepulcro donde ha sido enterrado Jesús. No lo pueden olvidar. Lo siguen amando más que a nadie. Mientras tanto, los varones han huido y permanecen tal vez escondidos.

2- El mensaje, que esas tres mujeres escuchan al llegar, es de una importancia excepcional. El evangelio más antiguo dice así: “¿Buscáis a Jesús de Nazaret, el crucificado? No está aquí. Ha resucitado”. Es un error buscar a Jesús en el mundo de la muerte. Está vivo para siempre. Nunca lo podremos encontrar donde la vida está muerta.
No lo hemos de olvidar. Si queremos encontrar a Cristo resucitado, lleno de vida y fuerza creadora, no lo hemos de buscar en una religión muerta, reducida al cumplimiento externo de preceptos y ritos rutinarios, o en una fe apagada, que se sostiene en tópicos y fórmulas gastadas, vacías de amor vivo a Jesús.
Entonces, ¿dónde lo podemos encontrar? Las mujeres reciben este encargo: “Ahora id a decir a sus discípulos y a Pedro: Él va delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis”. ¿Por qué hay que volver a Galilea para ver al Resucitado? ¿Qué sentido profundo se encierra en esta invitación? ¿Qué se nos está diciendo a los cristianos de hoy?
En Galilea se escuchó, por vez primera y en toda su pureza, la Buena Noticia de Dios y el proyecto humanizador del Padre. Si no volvemos a escucharlos hoy con corazón sencillo y abierto, nos alimentaremos de doctrinas venerables, pero no conoceremos la alegría del Evangelio de Jesús, capaz de “resucitar” nuestra fe.
A orillas del lago de Galilea, empezó Jesús a llamar a sus primeros seguidores para enseñarles a vivir con su estilo de vida, y a colaborar con él en la gran tarea de hacer la vida más humana. Hoy Jesús sigue llamando. Si no escuchamos su llamada y él no “va delante de nosotros”, ¿hacia dónde se dirigirá el cristianismo?
Por los caminos de Galilea se fue gestando la primera comunidad de Jesús. Sus seguidores viven junto a él una experiencia única. Su presencia lo llena todo. Él es el centro. Con él aprenden a vivir acogiendo, perdonando, curando la vida y despertando la confianza en el amor insondable de Dios. Si no ponemos, cuanto antes, a Jesús en el centro de nuestras comunidades, nunca experimentaremos su presencia en medio de nosotros.
Si volvemos a Galilea, la “presencia invisible” de Jesús resucitado adquirirá rasgos humanos al leer los relatos evangélicos, y su “presencia silenciosa” recobrará voz concreta al escuchar sus palabras de aliento… JOSÉ ANTONIO PAGOLA, teólogo, SAN SEBASTIÁN (GUIPUZCOA), ESPAÑA.

COINCIDENCIA INOPORTUNA: Juan Pablo II duró 28 años en el poder, salió muy desgastado con tantos escándalos. No deben durar los papas más de 8 años en la conducción de nuestra Iglesia Católica. Juan XXIII, el papa bueno, goza de las mayores simpatías y admiración, impulsó el Concilio Vaticano II y la opción por los pobres dentro de la iglesia.
3- El próximo domingo 27 de abril la Iglesia canonizará, declarará santos o elevará de manera definitiva a los altares, son expresiones diferentes todas ellas pero que, al fin y al cabo, dicen lo mismo, a quienes durante un tiempo fueron obispos de Roma (popularmente más conocidos como Papas) a Juan XXIII y a Juan Pablo II. El primero durante un periodo breve, el segundo, en cambio, durante veintiocho años.
Existen varios aspectos a tener en cuenta por lo que a la canonización de una persona se refiere. Podríamos decir entre otros, la devoción que despierta, ciertos factores concretos que conviene destacar de su vida, la influencia que pudo llegar a ejercer, los posibles “milagros” que por su intercesión se han llegado a realizar (condición previa hasta ahora para poder ser declarados como tales), la petición de intercesión por parte de los fieles, etc.
Desde lo poco que conocí el pontificado de Juan XXIII, pues era muy joven, frente a lo mucho que sí conocí y viví el de Juan Pablo II, considero que ambos difieren en muchos, pero muchos, aspectos respecto al tipo de Iglesia que querían llevar a cabo. Pido perdón por si alguien considera exagerado lo que voy a decir en una expresión muy escueta. Pero pienso que mientras el uno quiso abrir la Iglesia (que buena falta la hacía, dicho sea de paso, después de tantos siglos de cerrazón a cal y a canto) convocando el Concilio Ecuménico Vaticano II, el otro no me atrevo a decir que lo paró, pero sí lo ralentizó en algunos momentos a cotas muy, pero que muy, elevadas.
Con ello no he pretendido ni pretendo entrar ni hacer ningún otro tipo de juicios; insisto además que no soy nadie para hacerlos. Sencillamente, eso sí, quiero manifestar mi desacuerdo total y absoluto sobre la inoportunidad de hacer coincidir ambas canonizaciones en la misma fecha… JOAN ZAPATERO, sacerdote, SANT FELIU DE LLOBREGAT (BARCELONA), ESPAÑA.
Desde niños debemos aprender con el ejemplo lo que es querer con pasión a tu pareja, a comprender lo que significa la familia, lo que es tener a tu lado a alguien que te quiere incondicionalmente.
4- Queridos hijos: Hace poco que he terminado una asignatura que se llama como esta carta: “Educar para la vida”, y repasando sus textos me he puesto a pensar en si realmente os estamos educando para la vida. Quizá la primera pregunta sería: ¿Os estamos educando? La respuesta a esta cuestión me la sé: Claramente, sí. Tanto Mamá como yo os hemos dado, os estamos dando, la mejor de las educaciones que somos capaces. Nunca tengáis ninguna duda sobre eso, aunque ahora haya cosas que no entendáis. Pero ¿educar para la vida?
Me he puesto a pensar si mis padres o los padres de mamá nos educaron para la vida, y se me han saltado las lágrimas. Ninguno de ellos acabó nunca una carrera universitaria, casi ni el equivalente del bachillerato de ahora. Y vaya si nos educaron para la vida. Nos enseñaron que todas las personas somos iguales, que no hay personas superiores a otras, da igual de donde vengan. No sé si alguna vez usarían la palabra solidaridad, que suena a más moderna, pero nos enseñaron que hay que arrimar el hombro, con lo que se pueda. Ayudar al que lo necesita en la medida de tus posibilidades.
Nos dijeron que la educación y el respeto son las cosas más importantes para relacionarte con las personas. Respeto por todas las personas y por su trabajo, aunque te parezca insignificante. Cada persona es importante.
También nos dijeron lo importantes que eran otras cosas, quizá más pequeñas, menos trascendentales, como ser puntuales, y disfrutar de todo lo que haces. Que merece la pena seguir luchando por muchas veces que la realidad se obstine en demostrarte lo contrario. Nos mostraron el valor de la amistad y seguro que tuvieron su parte de culpa en que sigamos conservando tan buenos amigos. Nos dieron la oportunidad de encontrarnos con Dios, a su manera, sencillamente, un Dios que luego hemos ido conociendo y asumiendo nosotros.
Pero, sobre todo, nos enseñaron a querernos. Aprendimos lo que es querer con pasión a tu pareja, a comprender lo que significa la familia, lo que es tener a tu lado, a alguien que te quiere incondicionalmente. Eso sí que es un master. Y eso es exactamente lo que nos gustaría dejaros. Esos valores que queremos compartir con vosotros y tratamos, no sé si con más o menos éxito, de trasmitiros.
Queremos que seáis capaces de asombraros. Que miréis a vuestro alrededor y cada día descubráis algo nuevo, que sintáis la vida como un don. Y que penséis en todo lo que ha tenido que pasar para que estéis aquí y ahora, y que por eso os sintáis pequeños, humildes pero absolutamente indispensables. Sin vosotros todo sería distinto.
Estamos muy orgullosos de vosotros y sabemos que en algunas cosas lo estamos haciendo bien, por lo menos en lo que tiene que ver con la familia, porque se nota en esos abrazos espontáneos que de vez en cuando nos dais, o en esos “te quiero” que a veces se os escapan. Queremos mostraros nuestros valores con el ejemplo. La solidaridad, el esfuerzo, el respeto, la tolerancia. Pero no os confundáis, la tolerancia no es que todo vale, eso sería relativismo y de eso ya tenemos bastante en esta sociedad.
Hay que luchar por lo que uno cree, sin imposiciones pero con la firmeza necesaria. Y sobre todo queremos transmitiros nuestra fe. Nunca dejéis de creer. Sentíos siempre privilegiados y elegidos de Dios. Y de una manera o de otra, como podáis, hacedlo en comunidad. Nuestra experiencia nos ha mostrado que es fundamental. Sería lo mejor que nos podría pasar, que un día, con el pasar de los años, pudierais decir: “Nuestros padres sí que nos educaron para la vida”. Un beso… ANTONIO SILVESTRE, MADRID, ESPAÑA.

Favor enviar sus respuestas solo a esta dirección: juanfrancisco@lupasdegonzalezinigo.net

JF González Íñigo

@Las Lupas México City – Tijuana, BC.

Para llegar al cielo hay que pasar por el infierno

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